viernes, 3 de abril de 2009

psicopatología de taxista de la vida cotidiana.

Es de sobra conocido la existencia de una línea imaginaria que ata el cliché taxista-puro-gordo-facha-la cope. Todos estamos acostumbrados a coger un taxi y escuchar opiniones políticas y peroratas sobre la insatisfaccioón y la falta de diligencia en el mundo. Es un clásico urbano que estos conciudadanos son los que saben de todo, los que mejor conducen y los que además quieren continuamente explicarlo. Lo único que no explican es porque esas mentes privilegiadas se dedican a llevar gente de un lado a otro. Por supuesto es vox populi, que poco se puede hacer cuando uno entra en una de estas burbujas ideológicas móviles. Algunos piden silencio o bajar la radio, otros, movidos por la desidia y la desesperanza asumen el chaparrón ajustando la facies y excretando monosílabos a discrección. Quedamos algunos que, motivados por algún tipo de espítiru de redención surrealista, enardecemos a estos cabrones hasta llevarles al punto en que mascuyan en nazi y se sienten ligeramente culpables.
Realmente hay poco de psicopatología en esto. Se puede hablar del miedo, de la frustración y de la búsqueda de ese hombre que es el verdadero amo que nunca encuentran. Un ideal tan plomo y pesado que no hay nada a su altura. Ello se limitan a explotar la cosa de que la vida es una mierda (no la propia) porque hay mucho hijo de puta y no hay nadie con capacidad para arreglarlo.
Desolador pero no especialmente grave en términos psicopatologicos.
Eso sí. De vez en cuando tenemos a los "otros taxistas". Almas desvalidas, freakes desposeídos de lugar identitario, fanstasmas suburbanos que navegan por las ciudades y para los cuales su luz verde si que significa esperanza.
Ayer recluté a uno más para este grupo. Ha sido el taxista que más me ha impresionado y tengamos en cuenta que, a veces, cojo taxis por el placer epistémico de saber más en torno a esta especie ciudadana. Es un hombre de unos 40 años, gordo y calvo. De entrada susurra un escueto y tímido bunas noches. Arranca suavemente y deja pasar otros coches. Para en el paso de peatones y parsimoniosamente se desliza por cuestas y baches sin apenas efecto inercial para este su pasajero. Ante estas delicadezas me decido y le pregunto algo espúreo en torno a la zona y a unas recientes obras. Y aquí comienza el regalo.
Me comenta que esta zona es peor por la mañana. Que hay mucho tráfico. El ha estado 20 años trabajando de noche y que ahora como premio le tocan las mañanas. No las soporta. Me cuenta como las ha dejado y ha vuelto a las noches. Prefiere las noches. Por las mañanas hay mucho tráfico. También escucha el ruido de los pájaros entremezclado con el caos de la urbe. Por la noche es distinto. El recuerda muchas noches en el taxi. Se paró durante una temporada en una rotonda a ver una pareja de mirlos en un árbol. Durante unos días vió como les acechaba una lechuza. Y todo esto existe en plena ciudad, -decía. También recuerda una rotonda donde un día pasó una jineta e incluso un jabalí. Estúpidamente me meto en su speech y me quejo del ruido de las gaviotas por la noche. El me comenta que son animales que se adaptan a todo y que el ruido es porque las madres vienen a alimentar a sus pequeños. Me cuenta mil y un detalles más. Infimos, delicados. Matices. Poesía suburbana en un taxi a la noche. 20 años de esto. Nos quedamos parados en mi destino un tiempo. Le dije que él tenía que escribirlo. Que estaría encantado de leerlo. Me dijo que si, que a veces, que puede ser, que lo había pensado. Pero que claro, le resulta extraño: el es taxista.

2 comentarios:

  1. si "el es taxista" ya teiene titulo para el libro.

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  2. fantastico. mandara invitacion para la presentacion espero.!!

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