sábado, 17 de abril de 2010

Los miedos de los psiquiatras (o historia de las psicofobias)

Los psiquiatras, como todo el mundo, tienen sus miedos. Unos pertenecen a la esfera personal y forman parte de su neurosis (cuando no psicosis) individual de cada psiquiatra. Desde ahí no tiene sentido escribir sobre esos miedos dado el amplio espectro de psiquiatras y neuras que nos gobiernan. Pero hay otros miedos que forman parte del estamento. Que van con el traje. Miedos que se pasan de generación en (de)generación y forman parte incluso de los equipos asistenciales.

Son los miedos institucionales. Los miedos que bailan alrededor del otro que te mira. Desde hace un tiempo se ha instalado una especie de nueva moral psiquiátrica en los dispositivos de salud mental. De tal forma que las personas que pueden ser ingresadas o atendidas no son los ciudadanos que demandan atención psiquiátrica. Son sólo los elegidos con un diagnóstico soportable. Es decir,por ejemplo, todos los psiquiatras están de acuerdo en atender o ingresar a una depresión endógena mutista, hueca y pasiva. O ingresar de urgencia a un esquizofrénico disgregado traído por los pelos por una familia que lo cuida con mimo. Pero, ¡ay de esos neuróticos impertinentes! de esa gente demandante que no sabe lo que quiere y que se medio suicida o que toma drogas y además anda tirada por la calle. Esos están jodidos. En primer lugar porque corren el riesgo de que les caigan varias etiquetas que les cierran las puertas de la salud mental. A saber: trastorno de personalidad y/o caso social. Y segundo porque si no son atendidos por salud mental quién los va a atender.

Todos finalmente en algún momento u otro atendemos a estas personas que en su mayoría lo que hacen es sufrir denodadamente. Cuando lo hacemos hay varias miedos que sobrevuelan la cabeza de los psiquiatras. Uno es la mirada del otro. Ese compañero que ya te ha dicho que no hay nada que hacer. Por supuesto te lo ha dicho en un pasillo. Esto se habla y se rumorea pero nadie lo firma. Otro miedo es la asunción real de que no hay nada que hacer. Eso si, no hay nada que hacer como psicofarmacólogos. Pero esta gente lo que precisamente reclama en su mayoría es un uno que se atreva a hacer del Otro. Y claro cuando esto pasa, cuando hay un lazo con esta persona y el psiquiatra está implicado y es capaz de sostenerse en el papel de Otro, acechan de nuevo, nuevos miedos. ¿Qué hago yo siendo el Otro? ¿Qué Otro? ¿El Otro de la institución? ¿Esa institución/hospital que me ningunea y me cambio de contrato cada 3 meses? ¿Esa que me hace contratos de de 17 horas por una guardia? ¿Esa que me tendrá aquí de interino (con suerte) veinte años para al final conseguir un puesto de trabajo fijo en Grijota del Páramo? Pues claro el miedo nos vence a veces y terminas mandando balones fuera y pidiendo la hora. Esto evidentemente no nos justifica porque si algo se le puede pedir a un psicopatólogo es que tenga su cabeza medianamente amueblada y sea capaz de sobreponerse a sus miedos y hacer del Otro en la medida de lo posible. Bien sea desde una humilde honestidad para con el paciente y/o bien psicopateando y vejando a la institución (esta opción suele ser más problemática y cansina)

Paradójicamente los grandes beneficiados de estos miedos son los verdaderos canalllas, los psicópatas, los rentistas, los antisociales. Ellos en la perversión flotan con facilidad con lo cual sólo tienen que apretar los interruptores adecuados para activar el miedo del psiquiatra. Es decir, pedir informes, tener abogados, amenazar con juicios y bailar la macarena en todas sus formas institucionales. El psiquiatra intentará de todas las formas quitárselo de encima haciendo la vista gorda y cansada a los desmanes de su de más demanda. Bien pensado tiene lógica. Ante un sistema perverso el mejor adaptado es el perverso.

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