lunes, 14 de febrero de 2011

La falta y la inspiración

“Los libros que escribo representan para mí una experiencia que espero sea lo más rica posible. Al atravesar una experiencia, se produce un cambio. Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que ya sé, nunca tendría el valor de comenzarlo. Escribo precisamente porque no se qué pensar todavía sobre un tema a atrae mi atención. Al plantearlo así, el libro cambia mi punto de vista. En este sentido, me considero un experimentador más que un teórico, no desarrollo sistemas educativos que deben ser aplicados uniformemente en diversos campos de investigación. Cuando escribo, lo hago por sobre todas las cosas, para cambiarme a mí mismo y no pensar lo mismo que antes”.

Foucault


Es francamente notoria, en ocasiones, la sensación de vacío que te inunda cuando, plantado delante del ordenador, procedes a escribir ese magnífico texto que te prometías sobre la creación y el psicoanálisis.

Es casi una paradoja autoreferente buscar la inspiración para hablar de la inspiración.

Te paras. Piensas. Asocias libremente y como un gilipollas inspiras. Luego expiras. Pero claro eso no es inspiración, eso es casi una ecolalia personal, o el nivel de tontería basal.

Lees sobre la creación.

Freud se pasea por el tema en varios escritos. Desde Los tres ensayos para una teoría sexual (1905) hasta Nuevas Conferencias de Psicoanálisis (1932) pasando, desde luego, por Un recuerdo infantil de Leonardo D´Vinci, Los cuentos de Hoffman, los Personajes de Teatro, La pulsión y sus destinos (1915) o Introducción al Narcisismo, Freud se ocupó del objeto artístico en clave de Sublimación alejada del Ideal y el Síntoma. J. Monchón refiere: “La sublimación es, entonces, un destino de la pulsión diferente y específico. La sublimación representa la salida que permite satisfacer las exigencias del Yo sin estimular la represión debido a un cambio, una variación en la dirección de la pulsión hacia otro fin alejado de la satisfacción pulsional prevista”.

Los lacanianos no quedan satisfechos con esta vieja argumentación freudiana. Según Freud los artistas deberían ser felices. Al sublimar, toda la pulsión quedaría concernida y atrapada en el objeto. Pero no. Y vaya si no. Famosos son los artistas sufrientes, suicidas y supeditados al goce más mortífero y extremo. Parece que el artista a través de lo imaginario es capaz de plantar en lo simbólico algo de lo real. Pasearse levemente por el imposible y luego volver. Rozar las postrimerías de su fantasma, extraer algo del objeto e introducirlo en lo simbólico como otra forma de expresión de su síntoma. Eso se hace en el análisis pero con mimo y cuidado. Además el análisis convoca poco a poco un saber. En cambio, el artista normalmente no sabe nada de lo que ha hecho, pero habitualmente sabe cuando le funciona y cuando no. Sabe cuando está tocado por la inspiración famosa.

Como dice Foucault, escribiendo empiezo a tener una opinión sobre lo que quiero decir.

Fruto de la inspiración me arrimo a la idea de que la inspiración es una formación del inconsciente.

Dice Miller que el arte, el objeto artístico no dice, muestra. No es entonces del orden de las formaciones del inconsciente. Pero la inspiración sí. La inspiración es ese momento mental, donde, dentro del discurrir de la cadena de significantes se produce algo de la metáfora. Algo que sustituye. Los teóricos de la creación hablan de múltiples variantes: la intromisión, la superposición, la adicción, la resta, la extrapolación, simbiosis, fragmentación etc. Diversas maneras de intercalar cadenas significantes y campos semánticos que dan como resultado algo nuevo. En definitiva algo no muy diferente a los sueños, lapsus etc. Es frecuentemente una pequeña frase. Un dicho, una imagen, una condensación de significantes inesperados pero que revuelven al artista. Porque para que esto funcione el artista tiene que vivenciar otra cuestión. Y es el hecho de que este proceso le toque de alguna manera. No es sólo el juego de significantes buscando efectos estéticos. Si no que en ese intercambio algo del fantasma del sujeto sea momentáneamente atravesado de una forma velada. Como dice Sabina: “una buena canción es una mezcla entre una buena letra, una buena música, una buena interpretación, un buen arreglo y algo más que nadie sabe lo que es, pero es lo único que importa”.

Hay otra cuestión referente al hecho de la inspiración. Y es la cosa de cómo se llega a la inspiración. O mejor dicho cómo te llega. En pro de esta llegada autónoma y/o aparición tenemos el adagio picassiano, recuperado por Lacan del: “yo no busco, encuentro”. Una buena definición de cómo lo inconsciente de la inspiración se revela sin hacer de ello una búsqueda razonada. Parece entonces que no hay mucho que hacer para convocar a lo inconsciente de la inspiración. Picasso añadía que la inspiración llega cuando llega pero mejor que te pille trabajando. Sin embargo hay una especie de tradición pseudo-chamánica por la cual muchos artistas se someten a ciertos rituales y estados alterados para poder llegar a estos momentos de inspiración. Por un lado tenemos a los artistas consumidores de sustancias, que crean siempre acercándose al onirismo. Digamos que hermanan la inspiración a su más cercana formación del inconsciente que es el sueño. El sueño, que es el lugar donde se intercambian significantes gratuitamente sin la pesada carga del yo. Desde otra perspectiva están también los creadores que optan por el ascetismo y la retirada espiritual como vía regia para el advenimiento de la inspiración. No deja de ser curioso que en ambos casos los artistas hagan lo que haga falta. Lo que haga falta en el sentido más literal. Vacían, en las dos opciones, todo lo referente al yo (a veces muy infatuado) para desnudar al sujeto enfrentado al objeto en su forma más pura posible.

En fin. Parece que la inspiración tiene, en mi opinión, algo que ver con las formaciones del inconsciente, en el sentido de que es lo imposible de atrapar y que suele ser un decir. Eso evidentemente no nos explica todo el proceso creativo ni nos alumbra toda la cuestión de la interpretación y crítica de arte. Volveremos entonces a Freud, siempre buen resguardo conceptual, que nos recuerda los caminos del yo y la inspiración: “Si la inspiración no viene a mí salgo a su encuentro, a la mitad del camino”. S.Freud.


Bibliografía:

“Finalmente lo que queda es silencio”. Jose Luis Chacón La Fuente (Conferencia).

Los tres ensayos para una teoría sexual (1905). S Freud. Biblioteca Nueva Ed. 2002.

Nuevas Conferencias de Psicoanálisis (1932). S Freud. Biblioteca Nueva Ed. 2002.

2 comentarios:

  1. Hola!
    Decía María Zambrano que conocemos lo invisible porque nos visita. ¿Quién visita a quién, entonces?
    Siempre es interesante el tema de la inspiración,interminable.
    Saludos!

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