A
menudo escuchamos en los medios frases como “descubierto el gen de la
esquizofrenia” o “descubierto el gen del alcoholismo”. O incluso “se descubren las zonas del
cerebro implicadas en el trastorno bipolar”, “se encuentra la sustancia
que falta en el cerebro en el TDHA”. Es importante que sepan que esto es
una sucia mentira. Si bien en profundidad habitualmente estas investigaciones
descubren que en muchas personas (no todas) con esquizofrenia o alcoholismo a
veces comparten algunas secuencias de genes o que en los cerebros de ciertas
personas diagnosticadas de algo se comportan de forma similar en los estudios de
neuroimagen. No tenemos una idea clara de como
funciona el cerebro y todo estos esfuerzos ayudan a cernir la cosa pero cuando
los medios dicen estas bobadas propagandísticas están diciendo sutilmente otra
cosa. Las enfermedades mentales son cosas del cerebro. Usted no tiene nada que
hacer, déjese hacer por los médicos que ya encontrarán la solución. Eso no va a a pasar nunca. Si algo sabemos de
los estudios sobre el cerebro es que este el está totalmente interconectado.
Cualquier modificación medicamentosa o quirúrgica va a modificar a la persona
en su conjunto. Piensen por ejemplo cuando toman antidepresivos, quizás no
sientan la tristeza pero a la vez a menudo les cuesta mantener relaciones
sexuales o llegar al orgasmo. Sonríen a veces pero no saben por qué o si toman
un ansiolítico se encuentran relajados pero saben que el problema sigue
esperando al otro lado de la puerta. En 1937 un neurólogo portugués, Egas
Moniz, anunció a bombo y platillo una cura para la locura que consistía en
hacer un agujerito en la frente con un taladro y llevarse así, a la brava, una
zona específica cerebral. Decía que curaba la obsesión, la esquizofrenia e
incluso hasta le dieron el Nobel de Fisiología y Medicina. A Obama le dieron el
de la paz, no sabemos muy bien como fucnionan los del Nobel pero se lo tienen que hacer mirar. Volviendo a nuestro tema
resulta que si, que las personas tratadas con este “delicado” método mejoraban
en sus síntomas más prominentes. También nunca volvían ser los mismos. Se
encontraban desinhibidos, apragmáticos incapaces de manejarse con prudencia y
normalidad social. Este increíble método cayó en desuso por razones obvias y todavía familiares de pacientes
lobotomizados piden que se le retire el
Premio Nobel a Egas Moniz.
Actualmente en
el día a día de las consultas es muy frecuente escuchar “doctor deme algo pero
que no me atonte” o “quíteme esta angustia pero que no parezca que estoy
drogado/a” y es que cualquier modificación en nuestro sistema nervioso central
tiene consecuencias. Esto va a ser así siempre. Todas las investigaciones en
neurociencia, los análisis genéticos, los nuevos tratamientos van a chocar
siempre con ese otro efecto que es desposeer a la persona de sus
características individuales y de las consecuencias de su historia personal. A
veces, también hay que decirlo, hay pacientes que preferirían ser otra persona
a sufrir lo que sufren y, ojo, a veces es mejor vivir drogado realmente. Pero
creemos que la artillería medicamentosa quirúrgica es siempre y ha de ser una
solución a corto plazo, un bálsamo urgente una especie de parada en el camino a
modo de avituallamiento y confort no nuestro horizonte final de salud.
Creemos como
dicen F. Ansermet y P. Magistreti [1],
que “El individuo se revela genéticamente determinado para no estar genéticamente
determinado”. Es decir, el ser humano tiene la capacidad para adaptarse y
todo eso es su mayor talento genético. El cerebro es plástico, es moldeable,
está en continua relación con lo que viene de fuera y la propia persona es en
si un sujeto dividido entre lo que le contaron, lo que vio, lo que sintió y lo
que desea. Desde este lugar se puede pensar la enfermedad mental como un
fracaso en la adaptación, en la integración de lo que viene de fuera y lo que
uno ha creado como motor de su vida. Es posible por lo tanto que a través de
los tratamientos por la palabra cambiar la arquitectura cerebral de una forma
pausada, ergonómica, que ajuste la historia, el presente y el deseo de la
persona sin la abrupta incisión de un cirujano ni la parsimonia falsa de una
droga que no nos dice nada de nosotros mismos. Y es que al final de una terapia
por la palabra, siempre que esta no sea darte solo consejitos, uno es diferente
pero lo mismo. Uno puede llegar a saber que le obsesiona que le enloquece y
crear un nuevo tipo de lazo más amable y soportable con eso que forma parte de
él desde el principio.
[1]
A chacun son cerveau, plasticité neuronale et inconscient”. , éd. Odile Jacob, Paris, 2004, p. 22