Hasta
bien entrados los 80 aunque parezca muy raro casi todos los psiquiatras sabían
de psicoanálisis y lo utilizaban en su clínica diaria. No era infrecuente que
cuando te formabas como psiquiatra en la residencia (pasantía en
Sudamérica) te psicoanalizases y realizases múltiples cursos
y lecturas al respecto. Además la mayoría de tus maestros también habían pasado
por eso o compartían más o menos una formación psicoanalítica. ES sobradamente conocido que cuando
Freud empezó su obra fue ridiculizado y pasó más de diez años escribiendo y trabajando
sin tener ningún tipo de reconocimiento por parte de sus colegas. Su famoso
libro de La Interpretación de los sueños fue criticado duramente y en
los primeros 10 años de su publicación
solo se habían vendido 600 ejemplares. Era habitual criticarlo entre los
médicos muchas veces sin haberlo leído ( Memorias de Freud[1]).
Poco a poco se fue dando a conocer y a influir a otros profesionales del
continente europeo, pero fue cuando Freud hizo una gira triunfal por EE.UU
cuando el psicoanálisis se puso totalmente de moda. Según Shorter, un señor al que
no le gusta nada el psicoanálisis, las clases pudientes de las grandes ciudades
con una gran mayoría judía como Freud empezaron a adoptar este método para
reafirmar su identidad y resolver sus problemas y síntomas. Esto se extendió al
conjunto de la creciente clase media americana. Llegó a las universidades y de
aquí a la practica en las instituciones. Para que se hagan una idea los
primeros manuales diagnósticos de psiquiatría DSM I y DSM II eran totalmente de
inspiración psicoanalítica. Aunque no dudaron en calcar 109 diagnósticos su
corpus etiológico eran siempre conflictos inconscientes. Esa moda volvió a
Europa y arrasó también en Francia, Inglaterra y Suiza. Otros países en medio de
guerras y reconstrucción como Alemania y
España quedaron más descolgados. De Europa pasó también a Sudamérica
especialmente a Argentina, Chile y Uruguay países donde también había que
hacerse una pregunta sobre la identidad al ser países nacientes en grandes
procesos migratorios y donde el psicoanálisis, a día de hoy, sigue gozando de relativa buena salud. La
cuestión es que en los años 60 el psicoanálisis en EE.UU se había convertido en
una cosa, cara y tediosa con múltiples controles y jerarquías casi eclesiales.
Habían hecho una lectura de Freud muy a la manera americana capitalista de la
eficacia. Un resumen de lo que era un psicoanálisis de aquella época era pasar
días en un diván adivinando tus impulsos sexuales inconscientes y tus fantasmas
agresivos para terminar siendo parecido al psicoanalista. En vez de liberar tu
inconsciente tenías que conocer tus miserias y reprimirlas para convertirte en
un ciudadano ejemplar como se supone que era el psicoanalista. Como dice Bruce
Fink[2]
este psicoanálisis no evolucionó y se quedó estancado en el proceder de Freud
(Freud nunca dijo que la técnica tenía que ser estrictamente como el hacía[3])
y en sus últimos escritos sobre el yo y el ello. Especialmente se concentraron
en los trabajos sobre los mecanismos de defensa de Ana Freud (siempre
defendiéndose los yankees). Con la progresiva entrada de medicamentos
ansiolíticos (meperibamato, valium ), antidepresivos y antipsicóticos la gente
empezó a preferir tomar drogas antes que meterse en ese lío de madres, Edipos y
pulsiones inconscientes. Las nuevas drogas les permitían llevar una vida
eficiente y ajustada al canon americano sin tanto lío ni tanto gasto. Eso sí, también tenía efectos colaterales y es que tampoco curaban. Aliviaban quizás pero si
antes dependías del analista ahora dependías de la droga. Esto evidentemente no
quedó aquí, en Europa otros psicoanalistas siguieron profundizando en los
textos de Freud. Se prodigaron otras escuelas con enfoques diferentes y
técnicas más a la orden de los nuevos tiempos. Winicott, Klein y nuestro
querido Lacan. Lacan, en lo que el llamó su “retorno a Freud” desacralizó todo
esto del psicoanálisis que se había convertido en una iglesia de dogmas e
interpretaciones cerradas. Modificó la técnica, ya no eran obligatorias tantas
sesiones seguidas ni un tiempo concreto cerrado. Digamos que liberó al
inconsciente del peso del propio psicoanálisis. Se atrevió además a hablar con
los pacientes psicóticos, un coto vedado hasta entonces para el psicoanálisis
por recomendación de Freud y lo más importante desvinculó al psicoanálisis de
toda esta cosa imaginaria de me quiero follar a mama, papa me va a castrar, los
penes y las vaginas para centrase en la primera tópica de Freud que es la
cuestión del lenguaje y el goce. Se trataría para Lacan de hablar sobre nuestra
relación con la historia de nuestros dichos, todos los mensajes que van calando
en nuestra identidad a lo largo de nuestra vida y especialmente en la infancia.
Al despejar de nuestro día a día cotidiano de todas las repeticiones, de los
síntomas y reducirlos a una especie de programación infantil codificada en
frases, en momentos únicos que suelen acontecer a los encuentros con las
grandes preguntas de la sexualidad, el amor, la identidad y la muerte. Un
psicoanálisis para hacernos capaces de ser un poquito más libres y de proponer
otra forma de hacer con esa historia personal
para que no nos produzca el dolor por el que habitualmente uno va al
psiquiatra o psicoanalista. Piénsenlo si los dichos, las palabras, los
discursos no tuviesen importancia en la conducta y en la identidad humana no
existiría la publicidad y parece que existe y que goza de buena salud.
En fin
las teorías de Lacan dieron un vuelco al psicoanálisis y a la cultura en
general, revitalizando la teoría psicoanalítica así como la formación de
profesionales psi en Francia, España y especialmente en Sudamérica (con
Argentina y Brasil a la cabeza). Su influencia traspasa el ámbito de la
psicopatología para llegar a la filosofía, la política y el arte como dan buena
cuenta Zizek (pongan en internet su video sobre los WC, no se lo pierdan),
Laclau, Jorge Alemán o Judith Batler.