martes, 25 de septiembre de 2018
jueves, 17 de mayo de 2018
sábado, 28 de abril de 2018
COSAS QUE TU PSIQUIATRA NUNCA TE DIJO. EL LIBRO
Años de cierta desidia y ausencia blogera se ven ahora justificados. Escrito a dos manos por Javier Carreño y Kepa Matilla este libro es el fruto de la sedimentación y argumentación meditada de muchos de los posts que se fueron deslizando por aquí durante años. También evidentemente de las sinergias que se crearon en este particular mundo-blog con compañeros y amigos como Postpsiquiatría, Radio Nikosia, Antonio Olives y tantos otros.
Esperemos que sea del gusto de todos y por qué no de algún disgusto de otros.
Esperemos que sea del gusto de todos y por qué no de algún disgusto de otros.
sábado, 14 de abril de 2018
Psicoanalistas ordinarios
Qué interés puede tener un psicoanalista en diagnosticar
cualquier rareza como psicosis. Ésta es una deriva actual. Bueno, en
realidad es algo que se lleva haciendo desde los años 50 del siglo XX,
por poner una fecha.
Estamos al corriente de
los cambios sociales ocurridos durante el pasado siglo. Estos cambios
influyeron, de alguna manera, en la subjetividad de la época. Así surgen
los sujetos llamados narcisistas y los borderline por doquier. Es
decir, ésta es la manera que tienen los psicoanalistas de llamar a los
sujetos modernos tras la Segunda Guerra Mundial. Quién puede pensar que
el tipo pasado de drogas de los años sesenta en Woodstock se pueda
parecer al alto funcionario de la Viena de finales del siglo XIX.
Los
tiempos cambian Sr. psicoanalista ordinario y usted tilda de psicótico
aquello que no se adecua a sus esquemas clásicos de las neurosis.
¿Cuántos ingresos por crisis maniacas provocadas únicamente por
antidepresivos conocía Freud? ¿Usted llama a eso psicosis? Entonces
usted no conoce el mundo moderno, es usted un ordinario. O ¿cuántos sujetos palidecen en pesudomelancolías medicamentosas? Es más ¿cuántos sujetos son simplemnete subyugados por impenitentes horarios de trabajo sin cobijo sindical? Muchos de elllos se refugian en tatuajes, consumos bizarros y escentricidades bañadas de psicoestimulantes y psicodislépticos.
Los
signos discretos, se lo digo, los detalles... ¡eso es el demonio!
Efectivamente, usted sostiene que los locos antes del desencadenamiento
presentan signos mínimos. Bien, pero sí usted lee en la historia de la
clínica los casos de psicosis discretas entonces se dará cuenta que lo
que llaman discreto, en realidad, estaban completamente enajenados. Lea
usted a Sérieux y Capgras, por poner un ejemplo. Esos casos de discretos
no tienen nada.Hay más distancia entre la
psicosis ordinaria y la psicosis de toda la vida, que entre la psicosis
ordinaria y la neurosis. ¿Por qué poner la frontera tan baja?
Es
como con la diabetes. El ejemplo de enfermedad por excelencia. ¿Por
qué? Pues porque depende de la cantidad de azúcar medible en sangre.
Bueno, pues este nivel, está frontera entre lo que es diabetes y lo que
no, ha ido variando con el tiempo. Esta variación ha obedecido a
intereses farmacéuticos, entre otros.
Qué
interés tiene usted, psicoanalista ordinario en llamar psicosis a los
sujetos modernos. No se me ocurre otra cosa que el poner una distancia
con sus pacientes, quizás también poner distancia con la realidad tan obsecna para con la teoría clásica. En definitiva la solución parece que es alejarlos. Tratarlos como diferentes. ¿No es la
psicosis ordinaria una etiqueta para la segregación? ¿No parece a todas luces un llamado más del discurso de la homogenización de lo insoportable? Es más, en el otro lado de la balanza, se podría decir que la psiquiatría más ordinaria juega también a este maniqueo juego. Ese DSM V del que usted despotrica se pasea también por lo dimensional y habla ufano de "riesgo de psicosis" y utiliza en el colmo de la desgracias los mismos argumentos "discretos". Ambos, psiquiatra y psicoanalista ordinarios, meriendan los mismos bocadillos de nada. Engordan sus textos con la ignorancia sobre la psicopatología clásica y además le añaden la salsa del absoluto desconocimennto de los efectos que produce el guiso de neoliberalismo que por otro lado tan lleno está de nada. Son por lo tanto psiquiatras y psicoanalsitas ordinarios productos de su tiempo, si bien del psicoanálisis algunos esperamos que sea capaz de trascender su tiempo como ya hiceron los maestros.
Walter Michigan
14 de abril de 2018
martes, 3 de abril de 2018
Psicopatología de la España cotidiana
Axel García Martínez nos mande este fino análisis sobre el pasado reciente del síntoma España.
No hay Moranco
bueno
Quizás deberíamos
ir echando la reja. Cerrar todo esto. Asumir nuestro fracaso y mandarlo todo a
la mierda. Poner el cartel de “se vende”. Anunciarlo en internet. Vender boli
Bic y regalar un país. Por país me refiero a España, no al periódico otrora
(qué buena expresión otrora, y se está perdiendo) conocido como “ABC”. Esto ya
no se puede remontar. Reconozco que fui uno de esos ilusos que pensó que se
podía. Me creí al PP cuando decían aquello de “en la buena dirección”.
Estábamos llegando al punto necesario. El de la autodestrucción. Es muy simple,
para construir algo antes tienes que destruir lo anteriormente construido.
Volver a convertirlo en un solar y ellos lo estaban haciendo. Cada vez que les
veía robando con sus pulseritas con la bandera de España algo se removía en mis
adentros. Decía “ahí va un patriota”. Alguien que por fin ha entendido de qué
va esto. No robaban para lucrarse, lo hacían por España. Qué cojones, ESPAÑA. En mayúsculas y negrita. Que se
note que en nuestro imperio no se ponía el sol. Me dolían las manos de aplaudir
cada martillazo en un disco duro. Cada tarjeta black. Cada volquete de putas. Y
lo tuvimos en la yema de los dedos. Casi un año sin gobierno, la oportunidad perfecta.
Sin nadie que nos dijese lo que teníamos que hacer. Era el momento de
construir, de rehacer España (perdón, ESPAÑA).
Y, de repente, al igual que Carrero Blanco, nuestra oportunidad de oro se nos
fue volando. Venezuela. Recuperación económica. Ciudadanos. Farlopa.
Falangipsters. Susana Díaz. Susana Griso asustando a viejas. Un día nos
acostamos pensando que Pdro Snchz era un mediocre de derechas y al día
siguiente era nuestro puto Madiba. Cómo nos la jugaron. Nos pusieron el
caramelito en la boca y nos lo quitaron en el último suspiro.
Sé que todo esto de
cerrar el chiringuito puede sonar a locura, pero hacedme caso, es la salida más
digna. Es una ocasión de acabar con esta farsa. De acabar un poco en alto.
Vender un país lleva un tiempo y eso nos da un margen. Podemos aprovechar para
hacer una gran gira de despedida por toda Europa: “ESPAÑA, gira tributo”. Con actuaciones musicales de Ramoncín,
Alaska, Loquillo, Marta Sánchez, Nacho Cano (si es que sigue vivo, la verdad es
que no tengo ni idea), Sonia y Selena, Javián de OT1, David Civera, monólogos
de Felisuco, los Morancos, el rubio de Cruz y Raya, y acabar con un apoteósico
speech de M. Rajoy mientras tira whisky al público en homenaje a Rita Barberá. De la
coca se ya encargaría Albert. Sería lo mejor que
les enviaríamos a nuestros vecinos europeos desde la gripe española del siglo
XIX. Para lo que nos queda en el convento, cagarnos dentro.
Pero no
solo tendríamos la posibilidad de despedirnos hacia fuera, sino también hacia
dentro. Entre compatriotas. Cambiar el significado de todos los símbolos. Que
el puño en alto sea de fachas y el brazo estirado de izquierdas. Republicanos
defendiendo la bandera del pollo y falangistas la tricolor. Follarnos las
mentes a nosotros mismos. Organizar una gran fiesta de disfraces. Que los
independentistas pasen a defender la unidad de ESPAÑA y los “unionistas” la independencia de Cataluña. Tampoco
sería un gran cambio, solo serían unos fachas disfrazados de otro tipo de
fachas. Si Puigdemont hubiese nacido en Torrejón de Ardoz estaría por ahí
diciendo que referéndum sí, pero que voten todos los españoles (yo todavía sigo
indignado porque no nos dejasen votar en el que hubo hace unos años en
Escocia). Marta Sánchez cantando Els
Segadors. Ahí, sin pedir perdón.
En definitiva,
una enorme macrofiesta en homenaje a lo absurdo de nuestro país, a lo que hemos
construido; a la herencia recibida. Algo lo suficientemente estúpido y carente
de sentido, que quizás a base de disfraces consiguiese que unos cuantos se
quitasen las caretas. Mostrar la estafa construida a base de etiquetas. Unas
etiquetas que nos limitan y nos conducen hacia el pensamiento único, basado en
la estúpida idea de “eres esto así que, tienes que significarte y apoyar todo
lo que salga de esta manera de pensar”. O lo que es lo mismo, “deja de pensar,
que ya lo hace tu etiqueta por ti”. Una retirada a tiempo, puede ser una
victoria.
sábado, 3 de marzo de 2018
¿A dónde fueron los psicoanalistas?
Hasta
bien entrados los 80 aunque parezca muy raro casi todos los psiquiatras sabían
de psicoanálisis y lo utilizaban en su clínica diaria. No era infrecuente que
cuando te formabas como psiquiatra en la residencia (pasantía en
Sudamérica) te psicoanalizases y realizases múltiples cursos
y lecturas al respecto. Además la mayoría de tus maestros también habían pasado
por eso o compartían más o menos una formación psicoanalítica. ES sobradamente conocido que cuando
Freud empezó su obra fue ridiculizado y pasó más de diez años escribiendo y trabajando
sin tener ningún tipo de reconocimiento por parte de sus colegas. Su famoso
libro de La Interpretación de los sueños fue criticado duramente y en
los primeros 10 años de su publicación
solo se habían vendido 600 ejemplares. Era habitual criticarlo entre los
médicos muchas veces sin haberlo leído ( Memorias de Freud[1]).
Poco a poco se fue dando a conocer y a influir a otros profesionales del
continente europeo, pero fue cuando Freud hizo una gira triunfal por EE.UU
cuando el psicoanálisis se puso totalmente de moda. Según Shorter, un señor al que
no le gusta nada el psicoanálisis, las clases pudientes de las grandes ciudades
con una gran mayoría judía como Freud empezaron a adoptar este método para
reafirmar su identidad y resolver sus problemas y síntomas. Esto se extendió al
conjunto de la creciente clase media americana. Llegó a las universidades y de
aquí a la practica en las instituciones. Para que se hagan una idea los
primeros manuales diagnósticos de psiquiatría DSM I y DSM II eran totalmente de
inspiración psicoanalítica. Aunque no dudaron en calcar 109 diagnósticos su
corpus etiológico eran siempre conflictos inconscientes. Esa moda volvió a
Europa y arrasó también en Francia, Inglaterra y Suiza. Otros países en medio de
guerras y reconstrucción como Alemania y
España quedaron más descolgados. De Europa pasó también a Sudamérica
especialmente a Argentina, Chile y Uruguay países donde también había que
hacerse una pregunta sobre la identidad al ser países nacientes en grandes
procesos migratorios y donde el psicoanálisis, a día de hoy, sigue gozando de relativa buena salud. La
cuestión es que en los años 60 el psicoanálisis en EE.UU se había convertido en
una cosa, cara y tediosa con múltiples controles y jerarquías casi eclesiales.
Habían hecho una lectura de Freud muy a la manera americana capitalista de la
eficacia. Un resumen de lo que era un psicoanálisis de aquella época era pasar
días en un diván adivinando tus impulsos sexuales inconscientes y tus fantasmas
agresivos para terminar siendo parecido al psicoanalista. En vez de liberar tu
inconsciente tenías que conocer tus miserias y reprimirlas para convertirte en
un ciudadano ejemplar como se supone que era el psicoanalista. Como dice Bruce
Fink[2]
este psicoanálisis no evolucionó y se quedó estancado en el proceder de Freud
(Freud nunca dijo que la técnica tenía que ser estrictamente como el hacía[3])
y en sus últimos escritos sobre el yo y el ello. Especialmente se concentraron
en los trabajos sobre los mecanismos de defensa de Ana Freud (siempre
defendiéndose los yankees). Con la progresiva entrada de medicamentos
ansiolíticos (meperibamato, valium ), antidepresivos y antipsicóticos la gente
empezó a preferir tomar drogas antes que meterse en ese lío de madres, Edipos y
pulsiones inconscientes. Las nuevas drogas les permitían llevar una vida
eficiente y ajustada al canon americano sin tanto lío ni tanto gasto. Eso sí, también tenía efectos colaterales y es que tampoco curaban. Aliviaban quizás pero si
antes dependías del analista ahora dependías de la droga. Esto evidentemente no
quedó aquí, en Europa otros psicoanalistas siguieron profundizando en los
textos de Freud. Se prodigaron otras escuelas con enfoques diferentes y
técnicas más a la orden de los nuevos tiempos. Winicott, Klein y nuestro
querido Lacan. Lacan, en lo que el llamó su “retorno a Freud” desacralizó todo
esto del psicoanálisis que se había convertido en una iglesia de dogmas e
interpretaciones cerradas. Modificó la técnica, ya no eran obligatorias tantas
sesiones seguidas ni un tiempo concreto cerrado. Digamos que liberó al
inconsciente del peso del propio psicoanálisis. Se atrevió además a hablar con
los pacientes psicóticos, un coto vedado hasta entonces para el psicoanálisis
por recomendación de Freud y lo más importante desvinculó al psicoanálisis de
toda esta cosa imaginaria de me quiero follar a mama, papa me va a castrar, los
penes y las vaginas para centrase en la primera tópica de Freud que es la
cuestión del lenguaje y el goce. Se trataría para Lacan de hablar sobre nuestra
relación con la historia de nuestros dichos, todos los mensajes que van calando
en nuestra identidad a lo largo de nuestra vida y especialmente en la infancia.
Al despejar de nuestro día a día cotidiano de todas las repeticiones, de los
síntomas y reducirlos a una especie de programación infantil codificada en
frases, en momentos únicos que suelen acontecer a los encuentros con las
grandes preguntas de la sexualidad, el amor, la identidad y la muerte. Un
psicoanálisis para hacernos capaces de ser un poquito más libres y de proponer
otra forma de hacer con esa historia personal
para que no nos produzca el dolor por el que habitualmente uno va al
psiquiatra o psicoanalista. Piénsenlo si los dichos, las palabras, los
discursos no tuviesen importancia en la conducta y en la identidad humana no
existiría la publicidad y parece que existe y que goza de buena salud.
En fin
las teorías de Lacan dieron un vuelco al psicoanálisis y a la cultura en
general, revitalizando la teoría psicoanalítica así como la formación de
profesionales psi en Francia, España y especialmente en Sudamérica (con
Argentina y Brasil a la cabeza). Su influencia traspasa el ámbito de la
psicopatología para llegar a la filosofía, la política y el arte como dan buena
cuenta Zizek (pongan en internet su video sobre los WC, no se lo pierdan),
Laclau, Jorge Alemán o Judith Batler.
miércoles, 28 de febrero de 2018
No soy yo es mi cerebro.
A
menudo escuchamos en los medios frases como “descubierto el gen de la
esquizofrenia” o “descubierto el gen del alcoholismo”. O incluso “se descubren las zonas del
cerebro implicadas en el trastorno bipolar”, “se encuentra la sustancia
que falta en el cerebro en el TDHA”. Es importante que sepan que esto es
una sucia mentira. Si bien en profundidad habitualmente estas investigaciones
descubren que en muchas personas (no todas) con esquizofrenia o alcoholismo a
veces comparten algunas secuencias de genes o que en los cerebros de ciertas
personas diagnosticadas de algo se comportan de forma similar en los estudios de
neuroimagen. No tenemos una idea clara de como
funciona el cerebro y todo estos esfuerzos ayudan a cernir la cosa pero cuando
los medios dicen estas bobadas propagandísticas están diciendo sutilmente otra
cosa. Las enfermedades mentales son cosas del cerebro. Usted no tiene nada que
hacer, déjese hacer por los médicos que ya encontrarán la solución. Eso no va a a pasar nunca. Si algo sabemos de
los estudios sobre el cerebro es que este el está totalmente interconectado.
Cualquier modificación medicamentosa o quirúrgica va a modificar a la persona
en su conjunto. Piensen por ejemplo cuando toman antidepresivos, quizás no
sientan la tristeza pero a la vez a menudo les cuesta mantener relaciones
sexuales o llegar al orgasmo. Sonríen a veces pero no saben por qué o si toman
un ansiolítico se encuentran relajados pero saben que el problema sigue
esperando al otro lado de la puerta. En 1937 un neurólogo portugués, Egas
Moniz, anunció a bombo y platillo una cura para la locura que consistía en
hacer un agujerito en la frente con un taladro y llevarse así, a la brava, una
zona específica cerebral. Decía que curaba la obsesión, la esquizofrenia e
incluso hasta le dieron el Nobel de Fisiología y Medicina. A Obama le dieron el
de la paz, no sabemos muy bien como fucnionan los del Nobel pero se lo tienen que hacer mirar. Volviendo a nuestro tema
resulta que si, que las personas tratadas con este “delicado” método mejoraban
en sus síntomas más prominentes. También nunca volvían ser los mismos. Se
encontraban desinhibidos, apragmáticos incapaces de manejarse con prudencia y
normalidad social. Este increíble método cayó en desuso por razones obvias y todavía familiares de pacientes
lobotomizados piden que se le retire el
Premio Nobel a Egas Moniz.
Actualmente en
el día a día de las consultas es muy frecuente escuchar “doctor deme algo pero
que no me atonte” o “quíteme esta angustia pero que no parezca que estoy
drogado/a” y es que cualquier modificación en nuestro sistema nervioso central
tiene consecuencias. Esto va a ser así siempre. Todas las investigaciones en
neurociencia, los análisis genéticos, los nuevos tratamientos van a chocar
siempre con ese otro efecto que es desposeer a la persona de sus
características individuales y de las consecuencias de su historia personal. A
veces, también hay que decirlo, hay pacientes que preferirían ser otra persona
a sufrir lo que sufren y, ojo, a veces es mejor vivir drogado realmente. Pero
creemos que la artillería medicamentosa quirúrgica es siempre y ha de ser una
solución a corto plazo, un bálsamo urgente una especie de parada en el camino a
modo de avituallamiento y confort no nuestro horizonte final de salud.
Creemos como
dicen F. Ansermet y P. Magistreti [1],
que “El individuo se revela genéticamente determinado para no estar genéticamente
determinado”. Es decir, el ser humano tiene la capacidad para adaptarse y
todo eso es su mayor talento genético. El cerebro es plástico, es moldeable,
está en continua relación con lo que viene de fuera y la propia persona es en
si un sujeto dividido entre lo que le contaron, lo que vio, lo que sintió y lo
que desea. Desde este lugar se puede pensar la enfermedad mental como un
fracaso en la adaptación, en la integración de lo que viene de fuera y lo que
uno ha creado como motor de su vida. Es posible por lo tanto que a través de
los tratamientos por la palabra cambiar la arquitectura cerebral de una forma
pausada, ergonómica, que ajuste la historia, el presente y el deseo de la
persona sin la abrupta incisión de un cirujano ni la parsimonia falsa de una
droga que no nos dice nada de nosotros mismos. Y es que al final de una terapia
por la palabra, siempre que esta no sea darte solo consejitos, uno es diferente
pero lo mismo. Uno puede llegar a saber que le obsesiona que le enloquece y
crear un nuevo tipo de lazo más amable y soportable con eso que forma parte de
él desde el principio.
[1]
A chacun son cerveau, plasticité neuronale et inconscient”. , éd. Odile Jacob, Paris, 2004, p. 22
miércoles, 21 de febrero de 2018
Cosas que tu psiquiatra vuelve
Hemos estado, durante un tiempo, muy
atareados elaborando un libro. Pero, de nuevo, estamos aquí y volvemos al blog.
Queremos, en este nuevo periodo, integrar en el blog textos que manifiesten
aquello que nunca dijo la psiquiatría.
Invitamos a participar a pacientes,
analizantes, usuarios, conciudadanos…etc. que desean expresar sus ideas sobre
el tema.
Hoy, Empezamos
con un texto de Axel García Martínez. Texto basado en sus reflexiones
sobre el programa de “Salvados” al hilo de la depresión.
Robocop no sufre depresión
El otro día entré en twitter y entre los trending topics en España hubo uno que me llamó la atención: #1decada5. No sabía a qué se podía referir, así que cliqué en él. Era un nuevo programa de Salvados. Todo eran alabanzas y felicitaciones. Habían llevado al “prime time” un tema que nunca se trata en televisión. La depresión. Me faltó tiempo para abrir una nueva pestaña, entrar en la web de Atresmedia y ver el programa.
Me lo comí rápido. Bueno, todo lo rápido que pude si tenemos en cuenta que metían dos o tres anuncios cada cinco minutos (sé lo que estáis pensando, a mí también me dejó a cuadros que hubiese tanta publicidad en la web del grupo de Antena 3). Lo digerí lento. Todavía me repite. Quizás por las expectativas que me habían generado esos tweets. Quizás por la alta estima que le tengo al programa de Jordi Évole. O quizás porque mi visión como paciente dista bastante de lo expuesto en él. Me dejó una sensación rara. Me esperaba más.
El inicio fue esperanzador. Hablaron de cómo te hace sentir. Utilizando algunos de ellos unas frases muy acertadas. Muy gráficas. Hasta que se empezó a hablar del suicidio. En el momento en que uno de los psiquiatras que participó en el programa afirmó que un 7/8% de las personas que sufren depresión se van a matar, éste comenzó a derivar hacia el confuso despropósito en el que se acabó convirtiendo. Ahí apareció en escena Carmen. Una chica cuya madre se suicidó y que daba la sensación de no haber superado este suceso. De haber ido a Salvados a exculpar a su madre de algo de lo que no tiene ninguna culpa. Afirmó que una persona no se suicida. Que su madre no se suicidó. Que murió por suicidio. Hizo una desafortunada y peligrosa comparación entre la depresión y el cáncer. Y nadie le dijo nada.
En el cáncer el paciente no puede hacer nada más que someterse a lo que los médicos decidan. Sólo los médicos pueden curarle. En la depresión es todo muy distinto. El médico te da los medios y tú buscas las respuestas. Tú te psicoanalizas. Le das la vuelta a tu cabeza como si de un calcetín se tratase. Lo siento Carmen, pero alguien tiene que decirlo. Tu madre se suicidó. Fue una decisión propia. Obviamente condicionada por una enfermedad que le llevó a un punto en el que no encontró más salidas. Pero lo hizo ella. Y no hizo nada malo. No hay nada de lo que disculparla. Pero no se puede realizar esa comparación en televisión porque envías un mensaje equivocado a los pacientes de una y otra enfermedad. Y alguno de los dos especialistas presentes allí, debió decir algo.
Pero, sin duda, lo más sorprendente de todo fue conocer el caso de Noelia. Una mujer convertida en cyborg. Enric Álvarez, el psiquiatra invitado al programa, la ha sometido a una estimulación cerebral profunda. Sí, yo tampoco tenía ni puta idea de qué era esto hasta ese momento. Le abrieron la cabeza colocándole dos electrodos en el cerebro conectados a un cable que a su vez los conectaba con una batería que la paciente lleva instalada en el abdomen.
Agujerear. Atornillar. Cables. Batería. El lenguaje utilizado a estas alturas era más propio de Bricomanía que de un espacio dedicado a la depresión. Con esto no quiero, ni mucho menos, hacer mofa de Noelia, pero probablemente su inclusión en un programa que trata de normalizar esta enfermedad no fue la decisión más adecuada. Sobre todo, porque no estoy seguro de que lo suyo sea una simple depresión, es decir, seguramente sufra otro tipo de problemas psicológicos bastante más graves. Si quieres mostrar a una de cada cinco personas, ella no lo era.
Además, Noelia también comentó su experiencia con los electroshocks. Habló de que le provocaban ciertas pérdidas de memoria y lapsus a la hora de mantener una conversación, cosa que todavía le sucede actualmente a causa de aquel tratamiento. Unos minutos después de esto, nuestro Doctor Frankenstein de la psiquiatría dijo que había que desestigmatizar este procedimiento y que mejora hasta un 90% de las enfermedades depresivas. Yo aquí ya estaba completamente desorientado. Hace que pierdas la memoria y que no te salgan las palabras, pero es muy efectivo. Pasas de sentirte mal, a no sentir. No sabía si escandalizarme o pedirle a mi psiquiatra que me diese descargas hasta que oliese a pollo frito.
Como artista invitado el programa contó con Iván Ferreiro, quien comentó algunas cosas bastante interesantes como la empatía que debe existir entre médico y paciente o la sensación de ser imbécil que tienes durante este proceso al ver que esto sólo te sucede a ti, mientras la gente de tu entorno continua con el desarrollo normal de sus vidas. Es una pena que se perdiese en su papel “intensito” hablando de sabores, olores, tacto y colores a la hora de diferenciar entre depresión y tristeza. Tema en el que se obcecó, hasta el punto de estar un rato exponiendo las causas por las que la depresión no da para hacer canciones, pero la tristeza sí. La primera, según él, no da placer a nadie. Llevo años viendo a Ignatius Farray haciendo algo tan sensible como la comedia a partir de su propio sufrimiento y depresión, incluso tiene una serie El fin de la comedia basada en su deprimente vida (hasta eché en falta algo de humor a la hora de tratar el asunto). Y la gente parece preparada para ello. Así que, no nos la intentes colar con esto. Porque es hasta positivo para la causa que se hagan este tipo de cosas. A estas alturas yo ya me arrepentía de haberme tomado el ansiolítico de la tarde y la pastilla para dormir porque lo único de lo que tenía ganas era de bajar a la cocina y beberme una cerveza.
Por otro lado, ¿Por qué esta obsesión con etiquetar las cosas como depresión o tristeza? Qué más da. Eso lo deben diferenciar los especialistas. Los pacientes ya nos comemos demasiado la cabeza como para estar pensando si lo que sufrimos es una cosa u otra. Esa no es nuestra guerra. Que lo decidan ellos.
Dentro de todas estas sombras, hubo momentos de grandes luces. Traídos en buena parte de la mano de Georgina, cuya participación fue brillante. Expuso a la perfección los problemas de nuestra sanidad (eso se hizo en general muy bien en todo el programa contando también, con muy buenos apuntes de Iván Ferreiro y la otra doctora allí presente), lo caro que resulta acudir a una consulta privada y fue, ante todo, muy natural. De hecho, una de las frases que más sorprendieron a Jordi Évole salió de su boca. En un momento dijo: “ahora que me estoy muriendo menos” para referirse a su situación actual. Muy cruda. Sin necesidad de dárselas de nada.
En los minutos finales, yo estaba en estado de shock (sin electro, por suerte). No sabía qué pensar. Me había visto identificado por momentos. Me había horrorizado el trato dado al tema en otros. Todo era confusión y ansiedad. Me dolía el pecho. Sentía preocupación. Preocupación porque a tanta gente le pareciese digno de alabar (aunque la intención fue muy buena, la ejecución no me lo pareció tanto). Preocupación por el mensaje enviado acerca del electroshock. Preocupación por la comparación con el cáncer. Preocupación porque alguien se hubiese olvidado de enchufar a la pobre muchacha y se fuese a quedar sin batería antes de acabar el programa. Estaría feo, la verdad.
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