miércoles, 28 de febrero de 2018

No soy yo es mi cerebro.




            A menudo escuchamos en los medios frases como “descubierto el gen de la esquizofrenia” o “descubierto el gen del alcoholismo”.  O incluso “se descubren las zonas del cerebro implicadas en el trastorno bipolar”, “se encuentra la sustancia que falta en el cerebro en el TDHA”. Es importante que sepan que esto es una sucia mentira. Si bien en profundidad habitualmente estas investigaciones descubren que en muchas personas (no todas) con esquizofrenia o alcoholismo a veces comparten algunas secuencias de genes o que en los cerebros de ciertas personas diagnosticadas de algo se comportan de forma similar en los estudios de neuroimagen. No tenemos una idea clara de como funciona el cerebro y todo estos esfuerzos ayudan a cernir la cosa pero cuando los medios dicen estas bobadas propagandísticas están diciendo sutilmente otra cosa. Las enfermedades mentales son cosas del cerebro. Usted no tiene nada que hacer, déjese hacer por los médicos que ya encontrarán la solución.  Eso no va a a pasar nunca. Si algo sabemos de los estudios sobre el cerebro es que este el está totalmente interconectado. Cualquier modificación medicamentosa o quirúrgica va a modificar a la persona en su conjunto. Piensen por ejemplo cuando toman antidepresivos, quizás no sientan la tristeza pero a la vez a menudo les cuesta mantener relaciones sexuales o llegar al orgasmo. Sonríen a veces pero no saben por qué o si toman un ansiolítico se encuentran relajados pero saben que el problema sigue esperando al otro lado de la puerta. En 1937 un neurólogo portugués, Egas Moniz, anunció a bombo y platillo una cura para la locura que consistía en hacer un agujerito en la frente con un taladro y llevarse así, a la brava, una zona específica cerebral. Decía que curaba la obsesión, la esquizofrenia e incluso hasta le dieron el Nobel de Fisiología y Medicina. A Obama le dieron el de la paz, no sabemos muy bien como fucnionan los del Nobel pero se lo tienen que hacer mirar. Volviendo a nuestro tema resulta que si, que las personas tratadas con este “delicado” método mejoraban en sus síntomas más prominentes. También nunca volvían ser los mismos. Se encontraban desinhibidos, apragmáticos incapaces de manejarse con prudencia y normalidad social. Este increíble método cayó en desuso por razones obvias  y todavía familiares de pacientes lobotomizados  piden que se le retire el Premio Nobel a Egas Moniz.

Actualmente en el día a día de las consultas es muy frecuente escuchar “doctor deme algo pero que no me atonte” o “quíteme esta angustia pero que no parezca que estoy drogado/a” y es que cualquier modificación en nuestro sistema nervioso central tiene consecuencias. Esto va a ser así siempre. Todas las investigaciones en neurociencia, los análisis genéticos, los nuevos tratamientos van a chocar siempre con ese otro efecto que es desposeer a la persona de sus características individuales y de las consecuencias de su historia personal. A veces, también hay que decirlo, hay pacientes que preferirían ser otra persona a sufrir lo que sufren y, ojo, a veces es mejor vivir drogado realmente. Pero creemos que la artillería medicamentosa quirúrgica es siempre y ha de ser una solución a corto plazo, un bálsamo urgente una especie de parada en el camino a modo de avituallamiento y confort no nuestro horizonte final de salud.
Creemos como dicen  F. Ansermet y P. Magistreti [1], que “El individuo se revela genéticamente determinado para no estar genéticamente determinado”. Es decir, el ser humano tiene la capacidad para adaptarse y todo eso es su mayor talento genético. El cerebro es plástico, es moldeable, está en continua relación con lo que viene de fuera y la propia persona es en si un sujeto dividido entre lo que le contaron, lo que vio, lo que sintió y lo que desea. Desde este lugar se puede pensar la enfermedad mental como un fracaso en la adaptación, en la integración de lo que viene de fuera y lo que uno ha creado como motor de su vida. Es posible por lo tanto que a través de los tratamientos por la palabra cambiar la arquitectura cerebral de una forma pausada, ergonómica, que ajuste la historia, el presente y el deseo de la persona sin la abrupta incisión de un cirujano ni la parsimonia falsa de una droga que no nos dice nada de nosotros mismos. Y es que al final de una terapia por la palabra, siempre que esta no sea darte solo consejitos, uno es diferente pero lo mismo. Uno puede llegar a saber que le obsesiona que le enloquece y crear un nuevo tipo de lazo más amable y soportable con eso que forma parte de él desde el principio.


[1]          A chacun son cerveau, plasticité neuronale et inconscient”.  , éd. Odile Jacob, Paris, 2004, p. 22

miércoles, 21 de febrero de 2018

Cosas que tu psiquiatra vuelve




Hemos estado, durante un tiempo, muy atareados elaborando un libro. Pero, de nuevo, estamos aquí y volvemos al blog. Queremos, en este nuevo periodo, integrar en el blog textos que manifiesten aquello que nunca dijo la psiquiatría.  Invitamos a participar a pacientes, analizantes, usuarios, conciudadanos…etc. que desean expresar sus ideas sobre el tema.
Hoy, Empezamos con un texto de Axel García Martínez. Texto basado en sus reflexiones sobre el programa de “Salvados” al hilo de la depresión.



Robocop no sufre depresión

El otro día entré en twitter y entre los trending topics en España hubo uno que me llamó la atención: #1decada5. No sabía a qué se podía referir, así que cliqué en él. Era un nuevo programa de Salvados. Todo eran alabanzas y felicitaciones. Habían llevado al “prime time” un tema que nunca se trata en televisión. La depresión. Me faltó tiempo para abrir una nueva pestaña, entrar en la web de Atresmedia y ver el programa.

Me lo comí rápido. Bueno, todo lo rápido que pude si tenemos en cuenta que metían dos o tres anuncios cada cinco minutos (sé lo que estáis pensando, a mí también me dejó a cuadros que hubiese tanta publicidad en la web del grupo de Antena 3). Lo digerí lento. Todavía me repite. Quizás por las expectativas que me habían generado esos tweets. Quizás por la alta estima que le tengo al programa de Jordi Évole. O quizás porque mi visión como paciente dista bastante de lo expuesto en él. Me dejó una sensación rara. Me esperaba más.

El inicio fue esperanzador. Hablaron de cómo te hace sentir. Utilizando algunos de ellos unas frases muy acertadas. Muy gráficas. Hasta que se empezó a hablar del suicidio. En el momento en que uno de los psiquiatras que participó en el programa afirmó que un 7/8% de las personas que sufren depresión se van a matar, éste comenzó a derivar hacia el confuso despropósito en el que se acabó convirtiendo. Ahí apareció en escena Carmen. Una chica cuya madre se suicidó y que daba la sensación de no haber superado este suceso. De haber ido a Salvados a exculpar a su madre de algo de lo que no tiene ninguna culpa. Afirmó que una persona no se suicida. Que su madre no se suicidó. Que murió por suicidio. Hizo una desafortunada y peligrosa comparación entre la depresión y el cáncer. Y nadie le dijo nada.

En el cáncer el paciente no puede hacer nada más que someterse a lo que los médicos decidan. Sólo los médicos pueden curarle. En la depresión es todo muy distinto. El médico te da los medios y tú buscas las respuestas. Tú te psicoanalizas. Le das la vuelta a tu cabeza como si de un calcetín se tratase. Lo siento Carmen, pero alguien tiene que decirlo. Tu madre se suicidó. Fue una decisión propia. Obviamente condicionada por una enfermedad que le llevó a un punto en el que no encontró más salidas. Pero lo hizo ella. Y no hizo nada malo. No hay nada de lo que disculparla. Pero no se puede realizar esa comparación en televisión porque envías un mensaje equivocado a los pacientes de una y otra enfermedad. Y alguno de los dos especialistas presentes allí, debió decir algo.

Pero, sin duda, lo más sorprendente de todo fue conocer el caso de Noelia. Una mujer convertida en cyborg. Enric Álvarez, el psiquiatra invitado al programa, la ha sometido a una estimulación cerebral profunda. Sí, yo tampoco tenía ni puta idea de qué era esto hasta ese momento. Le abrieron la cabeza colocándole dos electrodos en el cerebro conectados a un cable que a su vez los conectaba con una batería que la paciente lleva instalada en el abdomen.

Agujerear. Atornillar. Cables. Batería. El lenguaje utilizado a estas alturas era más propio de Bricomanía que de un espacio dedicado a la depresión. Con esto no quiero, ni mucho menos, hacer mofa de Noelia, pero probablemente su inclusión en un programa que trata de normalizar esta enfermedad no fue la decisión más adecuada. Sobre todo, porque no estoy seguro de que lo suyo sea una simple depresión, es decir, seguramente sufra otro tipo de problemas psicológicos bastante más graves. Si quieres mostrar a una de cada cinco personas, ella no lo era.

Además, Noelia también comentó su experiencia con los electroshocks. Habló de que le provocaban ciertas pérdidas de memoria y lapsus a la hora de mantener una conversación, cosa que todavía le sucede actualmente a causa de aquel tratamiento. Unos minutos después de esto, nuestro Doctor Frankenstein de la psiquiatría dijo que había que desestigmatizar este procedimiento y que mejora hasta un 90% de las enfermedades depresivas. Yo aquí ya estaba completamente desorientado. Hace que pierdas la memoria y que no te salgan las palabras, pero es muy efectivo. Pasas de sentirte mal, a no sentir. No sabía si escandalizarme o pedirle a mi psiquiatra que me diese descargas hasta que oliese a pollo frito.

Como artista invitado el programa contó con Iván Ferreiro, quien comentó algunas cosas bastante interesantes como la empatía que debe existir entre médico y paciente o la sensación de ser imbécil que tienes durante este proceso al ver que esto sólo te sucede a ti, mientras la gente de tu entorno continua con el desarrollo normal de sus vidas. Es una pena que se perdiese en su papel “intensito” hablando de sabores, olores, tacto y colores a la hora de diferenciar entre depresión y tristeza. Tema en el que se obcecó, hasta el punto de estar un rato exponiendo las causas por las que la depresión no da para hacer canciones, pero la tristeza sí. La primera, según él, no da placer a nadie. Llevo años viendo a Ignatius Farray haciendo algo tan sensible como la comedia a partir de su propio sufrimiento y depresión, incluso tiene una serie El fin de la comedia basada en su deprimente vida (hasta eché en falta algo de humor a la hora de tratar el asunto). Y la gente parece preparada para ello. Así que, no nos la intentes colar con esto. Porque es hasta positivo para la causa que se hagan este tipo de cosas. A estas alturas yo ya me arrepentía de haberme tomado el ansiolítico de la tarde y la pastilla para dormir porque lo único de lo que tenía ganas era de bajar a la cocina y beberme una cerveza.

Por otro lado, ¿Por qué esta obsesión con etiquetar las cosas como depresión o tristeza? Qué más da. Eso lo deben diferenciar los especialistas. Los pacientes ya nos comemos demasiado la cabeza como para estar pensando si lo que sufrimos es una cosa u otra. Esa no es nuestra guerra. Que lo decidan ellos.

Dentro de todas estas sombras, hubo momentos de grandes luces. Traídos en buena parte de la mano de Georgina, cuya participación fue brillante. Expuso a la perfección los problemas de nuestra sanidad (eso se hizo en general muy bien en todo el programa contando también, con muy buenos apuntes de Iván Ferreiro y la otra doctora allí presente), lo caro que resulta acudir a una consulta privada y fue, ante todo, muy natural. De hecho, una de las frases que más sorprendieron a Jordi Évole salió de su boca. En un momento dijo: “ahora que me estoy muriendo menos” para referirse a su situación actual. Muy cruda. Sin necesidad de dárselas de nada.

En los minutos finales, yo estaba en estado de shock (sin electro, por suerte). No sabía qué pensar. Me había visto identificado por momentos. Me había horrorizado el trato dado al tema en otros. Todo era confusión y ansiedad. Me dolía el pecho. Sentía preocupación. Preocupación porque a tanta gente le pareciese digno de alabar (aunque la intención fue muy buena, la ejecución no me lo pareció tanto). Preocupación por el mensaje enviado acerca del electroshock. Preocupación por la comparación con el cáncer. Preocupación porque alguien se hubiese olvidado de enchufar a la pobre muchacha y se fuese a quedar sin batería antes de acabar el programa. Estaría feo, la verdad.