Se habla con bastante naturalidad de las cosas que tienen sentido y las que
no. Quizás damos por sentado el sentido y quizás deberíamos quedarnos con la
acepción de sentido en su sentido de vivido, percibido, acusado. Fue Lacan quién
con la lingüistería propuso otro lugar para el significado, un significado a la
deriva de un sujeto que está insertado en ese común apalabrado que es el
lenguaje humano. Parece que la teoría lingüística más formal ha dedicado todos
sus esfuerzos a delimitar el campo del sentido sin sujeto es decir, como si
hablasen los yoes en forma de parapetos. Esta casa es marrón y me gusta jugar
al ping pong. Obviando cualquier indicador del deseo, la pulsión y la intención
del hablante operador. Buscan el sentido en la sintaxis, en la morfología, en los
shiffters en un rincón escondido del gigante multivariable que es hablar y ser
entendido. Cuando a veces el sentido es un guiño discursivo o un tren ambigüo
que va para Cracovia o ya vino. Explicaremos eso algo mejor aunque la comprensión
sea un error. Decía Lacan que todos recibimos nuestro propio mensaje invertido,
es decir que el sentido es siempre un sentido en diferido. Está el sentido del
yo, de la comunidad de hablantes que comparten disparates como los medios de
producción y las revistas del corazón. Luego está el sentido del sentimiento,
el hablar buscando repetir e iterar los tapones que han de obturar nuestra
falta de sentido particular. Es decir que al hablar uno no solo dice un mensaje
sino que se posiciona en un lugar, se cuenta a si mismo quien es, como es la verdad,
la muerte, la realidad, que esperamos y el futuro que nos deparará. Por eso la
compresión es una suerte de crucifixión, un mito fraudulento para quedarnos
contentos. El sentido cotidiano de a que precio está en el mercado o de cuando llega
el autobús urbano. Pero por debajo como un escarabajo se abre una hiancia de
sinsentido que arrasa con las grandes preguntas del ser vivo. Quien soy y cual
es mi destino son preguntas abocadas a la perdida de referencia y al desatino.
Por eso hablamos y hablamos para encontrarnos y sobretodo para saber que hacer
con ese magma del lenguaje que nos vio nacer. Esas palabras primeras
sinsentido, esa lalengua hecha de destellos, músicas y ruidos. Por eso para
hablar del sentido quizás al final solo hay resonancia, ripios, rimas y petulancias.
No porque den más sentido sino porque nos pacifican con su sonido. Es finalmente
la significancia la explosión de la poesía en toda su gracia. Por eso mejor no
comprender y dejar que la poesía fluya para entender no ser.
Había una vez un médico...
Hace 1 día