Personalmente esta palabra investigacion no me resulta in-significante. Mi entrada en la medicina tiene que ver con un gran aprecio por la investigación. Antes de encontrarme con Freud, y, posteriormente con Lacan, me dediqué gustoso al estudio de la ciencia más formal. La ciencia, el positivismo, eran para mí el método de conocimiento de las cosas. En mi descarga decir que era adolescente y muy ingenuo. Bueno, el caso es que animado por este afan científico, me decidí a estudiar medicina. Tras tres años los estudios de medicina se tornaron algo hastiante y la investigación que allí encontré no tenía nada que ver con lo imaginado. Azorado y perdido en la inmensidad de esta encrucijada, apareció no azarosamente, el psicoanálisis. Y todo arrancó de nuevo. Acabé medicina y comencé la residencia en psiquiatría. Abandoné mi hogar y marché totalmente entusiasta. Dispuesto a encontrarme con la psicopatología, el psicoanálisis y con toda una práctica clínica de la que aprender. Para mi sorpresa lo que me encontré fueron científicos. Bueno, me encontré con un facsímile de la ciencia. Pero no sólo en los compañeros médicos. En los pasillos unos señores de corbata me contaban maravillas de sus nuevos productos científicos. Me daban a leer estudios científicos que demostraban las hazañas de sus tratamientos científicos. Los pacientes por otro lado no se quedaban atrás, me hablaban de sus diagnósticos, de la serotonina y de cual es la mejor dosificación para calmar su mal. También a veces elevaban una queja a las altas instancias para pedir por favor un centro de investigación y tratamiento para la fibromialgia o la bulimia. Diligente absorbí toda esta demanda como pude y me dispuse a digerir toda esta ciencia que yo creía yerma y olvidada. Y descubrí varias cosas.
La gente tiene ahora enfermedades mentales. Estas figuran como epígrafes en varios manuales de uso cotidiano. Cuando digo cotidiano quiero decir que están al alcance de jueces, abogados, trabajadores sociales, monitores de tiempo libre, la mujer que limpia mi casa y un primo de Cuenca que es bombero torero. Estos manuales vienen a explicar que lo único que existe es lo que se describe. Lo que se ve. Por ejemplo, si estás muy triste una vez es un episodio depresivo. Si te pasa a menudo es un episodio depresivo recurrente. Si luego estás muy contento es bipolar tipo II. Si estas hecho un lío, alegre pero fastidiado, serás un trastorno bipolar tipo mixto (como el sándwich). Si estás loco hay muchas opciones pero como repitas un poco tus locuras serás una esquizofrenia de libro. El caso es que tuve que ponerme a estudiar para entender como se había llegado de repente a estas conclusiones. Digo de repente porque lo que si sabía es que esto de las enfermedades mentales no era algo tan claro hace tan sólo 30 años. Pues bien; todo esto tenía una lógica. Desde hace tiempo los psiquiatras, los antiguos alienistas, han decidido ser médicos. Pero desde los años 50, con la aparición de los psicofármacos este viraje hacia la medicina ha crecido exponencialmente. Por supuesto, como médicos que son, utilizan el método experimental para conocer. Con la ayuda de la lógica hipotética-deductiva aventuran sus hipótesis diagnósticas y luego comprueban tratamientos. La tesis principal es el trastorno en la recepción de neurotransmisores. Si: como la diabetes. Si estas mal será tu cerebro que anda estropeado. A estas alturas, pensando científicamente comencé a plantearme ciertas dudas razonables que diría Descartes. Pensé entonces cosas como: ¿por que hay un 40% más de depresión en Occidente? ¿Será un virus? ¿Una pandemia que afecta sólo a gente que vive en los supuestos estados del bienestar? ¿O quizás tenga que ver con que el bienestar tiene que ver con el malser? Bueno, aparté estas dudas y seguí intentando adentrarme más en como se investiga en psiquiatría, no fuese a ser que en mi ignorancia me estuviese perdiendo algo. Resulta que los científicos, los médicos, algunos compañeros míos muy queridos, hablan con un señor de un laboratorio muy majo que nos invita a comer, a viajar y a veces a cosas al límite del buen gusto. A resultas de estos opíparos encuentros deciden hacer un estudio científico. Este estudio, por ejemplo, puede versar sobre el bienestar que procura tal fármaco en los individuos diagnosticados de esquizofrenia paranoide. Procedemos entonces a juntar a los pacientes, darles pastillas y luego pasarles una escala. Una escala es una forma de medición. En este caso del bienestar. Pero claro, mi inocente pregunta en esos tiempos era: ¿y como se yo que esto mide esto? El método científico está muy bien para medir los átomos de uranio que pasan por un tubo imantado, o los niveles de azúcar en sangre. Pero estas escalas miden afectos, impresiones, cuantifican la felicidad, la tristeza, la hostilidad o el dolor. Cosas que tienen que ver con la subjetividad y que atraviesan la matriz del lenguaje como eso que, en su estructura, no todo se puede decir y nada tampoco se puede no decir. La cuestión es que me contaron que una escala se valida siempre atendiendo a otra escala que sirve de referencia. Por tanto la escala Myflower Pilgrihm de depresión en esquizofrenia está validada, es decir, mide lo que mide, porque la escala Mcmardighgam de depresión mayor de Toronto Entero (Canadá) así lo confirma. Esta a su vez fue, en su día, validada por otra. Entramos en una espiral infinita de validaciones donde nos ataca una duda. Hubo un momento en que se creo la primera escala. Si. Existió una escala primigenia que validó a otra. Noten que nos acercamos en estos momentos al momento mítico de las religiones. Parece como si dios o un ente superior hubiese entregado a los científicos de la salud mental la escala de la ley, esa que asegurará la cientificidad de todos los estudios del universo. Claro, esto resulta ciertamente inquietante. El método científico aplicado a la subjetividad parece que flaquea a la hora de dar cuenta de su habitual rigor y objetividad. De hecho fíjense que la ciencia, en este punto, se acerca más a la religión, cosa paradójica, porque la ciencia acostumbra a cernir lo real por la matemática más exacta. Eso sí, ante el abismo de la subjetividad, se agarra a la fe en las escalas (que de exacto no tiene nada) y si no es en estas, sueña, declaradamente, con la infalibilidad de la estadística, esta matemática que tantas sorpresas ha dado a veces.
En fin, entonces ¿como es que el psicoanálisis en esta encrucijada ha sido tratado de religión o incluso de secta? Pues precisamente por lo mismo. En ocasiones elevamos a la categoría de dogma frases hechas: “esto es una forclusión del nombre del Padre, esto es algo que se ha desengachado, esto es un goce de lo real etc…A los científicos les parecen epifanías de los psicoanalistas. Magia negra. Si bien podemos decir tranquilamente que a la hora de hablar de la subjetividad estamos en lo mismo: la ciencia con su delirio de las escalas, y el psicoanálisis con su jerga. Eso sí, hay un elemento diferencial. El psicoanálisis desde Lacan vive en un esfuerzo de poesía sabedor del no-todo del lenguaje que nos atraviesa. Asumimos de entrada la insuficiencia de nuestro saber. Nos manejamos en la docta ignorancia que dijo Lacan. No sabemos nada de la persona que tenemos enfrente y ni siquiera lo intentamos. De hecho el psicoanalista siempre suele desmontar las primeras declaraciones y postulados cuando un paciente se nos presenta. Eso si, tenemos un cierto saber sobre los límites del saber y del goce.
Una última cosa: ¿cómo se investiga en psicoanálisis? Al revés que la ciencia: por el método inductivo. Freud renovó el panorama psicopatológico a través de cinco casos princeps que le sirvieron para ilustrar su teoría. Y ¿cómo investigamos los psicoanalistas? A nivel teórico por la hermeneútica. A nivel práctico igual que Freud. Con los casos particulares. Todos tenemos nuestro profesor de psicosis, nuestra histérica de cabecera o nuestro obsesivo de cupo. Estas estructuras no son inamovibles, si no que continuamente, se articulan con el discurso social dando lugar a las más variadas declinaciones del síntoma. Nuestro investigar tiene que ver con depurar los fenómenos para ser capaz de ver, entre la madreselva, nuestra clínica estructural. No para convencernos de su validez sino para operar con la demanda y, desde la transferencia, permitir que el psicoanálisis siga siendo una clínica. Una clínica basada en el uno por uno, en el sujeto a sujeto. Sin epígrafes ni taxonomía. Sin más etiquetas que las que incordian el cuello los jerseys del Zara.
Setas y haikus
Hace 2 días