El otro día leí un texto muy interesante en el blog
postpsiquiatría. Hablaba, en mi opinión, de las diferencias que existen cuando el diagnóstico es adjetivo o sustantivo. Esa cosa imposible de afinar que es el alcance de nuestro saber. Muy interesante y recomendable. Lo cual me recordó un texto con el que me rompí la cabeza hace unos meses y que presenté en el congreso de la
Otra Psiquiatría. Hace poco, revisado y reparado el texto para su publicacion, la musa de la Otra Psiquiatria, que es
Chus Gomez, me comento que le habia gustado. Asi que aqui lo clavo, advirtiendo de que es un poco largo y espeso por momentos.
Paranoia y lenguaje.
Ciertamente se trata de una obscenidad intentar cernir en 15 minutos cualquier cosa que toque a la paranoia. Por otro lado es casi demencial intentar apurar cualquier idea sobre el lenguaje en tan solo 15 minutos y por supuesto es casi un suicidio intelectual intentar atar paranoia y lenguaje en esos mismos 15 minutos. Pero bueno, horrible era también renunciar a mis ganas de hacerlo así que aquí estamos, citando al Dr Colina, delante de un toro mas grande que la plaza. Un toro topológico podríamos añadir.
Y es que el toro de la paranoia inunda la historia de la psiquiatría. Y la inunda hablando. La paranoia enferma a los psiquiatras desde hace siglos. Son esos locos que no están locos. Esos locos razonantes con un lenguaje sin fisuras y una lógica inapelable. Lean ustedes Estudios sobre la psicosis de Jose Maria Alvarez. El texto es: “¿Qué fue de la paranoia? Sobre la permanente objeción de la paranoia al discurso psiquiátrico de las enfermedades mentales.” Es la historia de como la paranoia ha sido el caballo de batalla diagnóstico de la psiquiatría desde los primeros alienistas. Ha sido el diagnóstico para todo y para nada. Ha sido claramente de etiología orgánica y completamente psicogenética. A veces según los tiempos, a veces según los autores, a veces según las escuelas. En definitiva ha sido siempre la frontera de cualquier intento de demarcación y de separación entre psicosis y neurosis. Lo cual nos lleva inevitablemente a la cuestión del lenguaje. Por que si hay algo claro en la locura es que los locos dicen cosas raras o por lo menos, si no tan raras, dicen cosas que les llevan a suspender su vida y en ocasiones a hacer cosas muy solitarias o problemáticas para los otros.
Entonces que sucede con la paranoia. ¿Están locos o no? Qué es estar loco habría que preguntarse. Los paranoicos son gente que cree que las cosas giran en torno a ellos. O que hay algún tipo de plan y conspiración de un otro para fastidiarle la vida. Como decía el loco famoso Ernst Wagner: “ siempre que se juntan dos hablan de mi”. Afinando mas la definición son gente cuyo ser se funda en ser objeto del otro. Y esto es imprescindible para entender la paranoia como locura. Es este el punto que el psicoanálisis, trascendiendo a la historia de la psiquiatría, aporta como novedad. Freud fue el primero en pensar que los delirios son un intento de curación. Lacan añadió que este intento de curación es para reparar un falla primordial en la relación de estos sujetos con el lenguaje. Hay algo rechazado que anula la cuestión de sujeto y les convierte en objeto del otro. De hecho esto es de tal importancia que tanto Freud como Lacan estudiaron la paranoia como el paradigma de las psicosis. Y es que en la esquizoferenia (si es que eso existe) y en la melancolia se ven continuamente correlatos paranoicos. Ideas paranoicas a veces no tan bien estrcturadas (como en la esquizofrenia) o delirios melancólicos-hipocondríacos que terminan pareciendo paranoias megalómanas tristes (vease Cotard). Convertimos entonces a la paranoia en la vía regia para entender que sucede en las psicosis.
Bien el toro es aun grande de lo que parecía: la paranoia es la psicosis. Pero es justo esa que mas hace dudar y que puede pasar absolutamente desapercibida. ¿Como diagnosticamos entonces las psicosis? Pues hasta la fecha, hablando. Los locos vienen, dicen alguna locura que tenga estructura de delirio añaden algunos detalles más y los psiquiatras que somos muy listos decimos: esta loco. Entonces basamos nuestro diagnóstico en lo que dicen y en como lo dicen. Pero los paranoicos, algunos, nos hacen dudar. Prosigamos.
Jaspers nos contó que la paranoia es diferente a las otras psicosis por su comprensiblidad. Es una frase que remeda ciertas situaciones de la política más corrupta, es decir, es una especie de: “que pasa aquí nos entendemos todos”. Lacan tira por tierra este argumento en el Seminario III dedicado a las psicosis. “Comprender a los enfermos es un puro espejismo” dice. Añade: “Los fenómenos anidéicos del automatismo mental son no conformes a una sucesión de ideas (....) es decir (....) no conformes al discurso del amo”. Son ruptura con el discurso. Viene a decir que sentido y comprensión no es lo mismo. Comprendemos en función de un discurso sostenido. Insiste Lacan con: “la dificultad de abordar el problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de situarla en el plano de la comprensión. Aquí el fenómeno elemental, irreductible, está a nivel de la interpretación”. Entonces es otra cosa. Los clínicos habitualmente utilizamos vagas e imprecisas definiciones para explicar cuando un sujeto es psicótico, cuando un paranoico se nos escapa. Searles habla de la psicosis como el olor a cierta ausencia de lo humano. Otros hablan de referencialidad, tangencialidad, ideas sobrevaloradas etc. El caso es que desde Lacan para hablar de psicosis hay que encontrar un trastorno en el lenguaje. Esto es fácil cuando vemos de primera mano en la clínica la gran semiología psiquiátrica, fuga de ideas, bloqueos, descarrilamientos, ecolalias, jergafasia etc. Pero algunos paranoicos no padecen ninguno de estos evidentes trastornos. Es algo mucho más sutil. Cuando Lacan dice que ha de haber un trastorno en el lenguaje, no se trata de la lingüística, “lingüistería” lo denominó en alguna ocasión. Los paranoicos no tienen ningún problema para la sintaxis y la resolución de sus contenidos mentales. Son capaces de elaborar perfectamente lo que dicen, de hecho suelen hacerlo mejor y de una forma mas rigurosa. No se trata de una falla en el lenguaje como órgano, como capacidad de comunicación, como eso que habla la lingüística desde Chomsky. Se trata del lenguaje como algo impuesto. Y de la imposición nace la identidad. No es comunicación el drama paranoico es la nominación. Se trata de que el el lenguaje nos da el ser. No se trata de bailar de un significante a otro, de traer y llevar mensajes, se trata del efecto de la letra como unidad significante mínima que recorta el goce. La letra no es sólo el bit de la información es algo que recorta el cuerpo y da el afecto. En la paranoia lo que vemos es el negativo de esto, palabras como bits y afectos planos, sorprendidos del afecto del otro. El sentido personal de la vida de cada uno, la significación fálica viene de aceptar primero esta significante unario y luego aceptar que este entre en relación con otro significante. Se trata de aceptar una dualidad. Ser dos y en ese ser dos aceptar al Otro. La cuestión del hombre en el lenguaje pasa por estar dividido y pasa por vivir la vida entera en la dialéctica del si pero no, del pero no así, del yo creo que a mi o del que a mi me parece cual y mi me parece Pascual. Varados en este mar de lalengua buscando siempre un resto que quedó de esta operación de alienación que nos hizo entrar en el mundo del deseo. En la psicosis esto se rompe. Los autistas ni siquiera pueden aceptar este significante primero. El encendido apagado de un interruptor es ya un horror. Es el Otro que invade todo su ser. Un Otro enigmático e imprevisible. En las otras psicosis si se aceptan el significante primero y el segundo pero solidarios, holofraseados. Formando una sola unidad. Digamos que imaginariamente saben como funciona el juguete mientras no les represente. En tanto en cuanto lo simbólico no sea llamado a representarse. Aceptan el encendido y apagado mientras no vaya con ellos.
Bien; desde esta óptica a la hora del diagnostico de paranoia no se trata de buscar disfemias ni tartamudeces varias, se trata de buscar esta dificultad para la nominación, esta incapacidad para la dialéctica. Pero antes de entrar en esto, hay que explicar también someramente como para el psicoanálisis el diagnóstico es también una dificultad. El psicoanálisis aunque su discurso sea opuesto al psiquiatrico a veces no duda en vestirse los galones del amo y crear su propia semiología. Frente a la cual la paranoia se vuelve a escapar. El psicoanálisis es mas fino en este sentido y sabe que el hecho de que una persona se sienta perseguida o en medio de una trama en contra de ella no significa que debajo se esconda estructuralemente una psicosis. Los picoanalistas usan otras herramientas. Utilizan una especie de semilogía de la biografía. Buscan el Edipo, la neurosis infantil, lo traumático del encuentro con lo sexual, las primeras experiencias los objetos transicionales, los pasajes al acto, los dejarse caer, el padre ausente, al madre devoradora etc. La ausencia y presencia de todas estas cosas apacigua la sed diagnostica psicoanalítica. Por supuesto como a todos los clínicos la paranoia a veces también se escapa, y sino relean el caso clínico del “Hombre de los lobos”. En fin, a este nivel, los psicoanalistas andamos a veces igual que los psiquiatras. El caso es que toda esta parafernalia imaginaria semiológica busca confirmar algo que saben pero que no saben porque lo saben. Es algo que sucede en el hablar con el psicótico y que apunta hacia eso que no se puede definir. El delirio de esta exposición es afinar un poco más en eso que no podemos definir y que los grandes paranoicos nos escamotean continuamente.
Retomaremos para ello la lingüística a la letra del psicoanálisis. Lacan en el texto “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” habla de los shiffter. Siguiendo a Jean Calude Maleval en su libro La Forclusión del Nombre del Padre los shiffter son “estos elementos linguisticos, tambien llamados “embrauyers” por Ruwet y “particulares egocentricos” por Bertrand Rusell, que se definen porque su significación no puede ser definida sin una referencia al mensaje (Jakobson). Se trata de unidades gramaticales que designan la persona, el tiempo, el espacio, la forma en la que el enunciado embraga con la situación. Su significación es tributaria de un acto específico de enunciación. Comparten con el significante unario la representación del sujeto hablante”. Digamos que es lo que localiza al sujeto de la enunciación. No el yo sino el sujeto que nada entre el significante primero y el segundo. El sujeto que desea. Schreber hace una lista de frases que aparecen en su mente donde el debe aparecer como sujeto de la enunciación y lo que encuentra es el vacío y espera delirantemente que los nervios sean capaces de restituirlo. Lacan recoge de Clerambault este carácter idéicamente neutro de estas frases que dan cuenta de de la disolución del vinculo de la significación intencional con el aparato significante. Es esta intención que desaparece, es este sujeto que busca algo y ya no puede hacerlo con las palabras porque las palabras de repente son exteriores a él.
Cuando hablamos con estos paranoicos, estas psicosis ocultas a veces inesperadas, es ahí donde debemos buscar la anomalía. En torno a los shiffters encontraremos varios detalles imperceptibles que darán cuenta de este extrañamiento de los psiquiatras y psicoanalistas cuando hablan con un sujeto paranoico. Alrededor del shiffter, del sujeto de la enunciación, encontraremos varias cosas:
La certeza. La certeza no es creer mucho algo. Los paranoicos son esos incapaces de creer. La certeza es cuando un predicado se instala y no hay opción para la dialéctica. Son momentos en el diálogo donde no hay lugar para el cuestionamiento. No es ni siquiera algo a debatir. Son sentencias salomónicas que incluso el paranoico, a veces, no explica, o, en otros momentos, ni siquiera cuenta sospechoso del poder que albergan. Son estas certezas, en ocasiones, evidencias supuestas en el discurso, cazadas al vuelo en la clínica de los pequeños detalles, pero siempre bajo la máxima de no estar sometidas a ninguna dialéctica. El clínico escucha la certeza referida al sujeto o al otro gozador y no es capaz de encontrar el lamento de la duda o el sermoneo de la creencia. Los neuróticos cuando hablamos escuchamos normalmente nuestro propio mensaje en el Otro. Del discurso del otro vamos viendo lo que queremos con las gafas de nuestro fantasma. Con el paranoico en la certeza nos quedamos sólos. Y a él no le importa porque la certeza no es que esté, es que es y tiene que ver con este shiffter que no encuentra.
Encontramos también los neologismos. Los neologismos no son sólo palabras raras, fusiones o descomposiciones de otras. En los neologismos captamos el valor único y pleno de una palabra a veces corriente pero con un valor para el sujeto de palabra plena absoluta. Habitualmente aparecen estos neologismos de la mano de la certeza como predicados del sujeto. Hace dos semanas en una presentación de enfermos fuimos capaces, gracias a Jose Maria que lo intuyó, de atender a este empleo neológico de una palabra. Un paciente paranoico de muchos años de evolución explicaba lo malvado de su padre, relataba el goce del Otro con un neologsimo respecto del padre que era “su ogrosidad”. Una palabra absoluta e indudable que marca al Otro como enemigo y gozador de uno.
También imprescindible en la clínica es la vergüenza. La vergüenza es un afecto. Como tal afecto es efecto de las palabras que se dicen. Pero de no de cualquiera. La vergüenza siempre es de goce. La vergüenza tiene que ver con revelar algo de la mas íntimo del goce propio. Los psicóticos a veces son unos sinvergüenzas. No es que no sepan de ese afecto pero no aparece siempre que el clínico lo espera. Recuerdo vivamente hace años que Paco Ferrández me contó un caso de un hombre que le había dicho en consulta: "mi orina huele a mi padre muerto". Esta frase puede significar cualquier cosa y/o ser motivo de mil análisis e interpretaciones pero lo que tenia valor era el afecto con el que se decía. Venia a contar algo así como: es que es así. No es una metáfora. Y además no aparecía la vergüenza neurótica del que se le escapa un edipo en esta frase. Quizás había una certeza, una frase impuesta respecto de un olor que le resultaba ajeno de si mismo, pero esa falta de vergüenza no es cualquier cosa, eso es lo que Lacan busca al decir: “un trastorno en el lenguaje”. Esto nos lleva mas concretamente a otra cuestión que es esta definición de las psicosis: los psicóticos no están fuera del lenguaje están fuera del discurso.
Este estar fuera del discurso es algo también accesible en la clínica. Esto del discurso es la matriz misma del lenguaje. Es lo presupuesto cuando hablamos. No se puede explicar pero forma parte de todas las cosas. Por ejemplo el discurso universitario es lo que esta de fondo en la universidad, la idea soslayada de que todo se puede saber. Este saber es impersonal y transmisible. Todo se puede ordenar. Este presupuesto es el discurso universitario. El mayor logro de este discurso es el invento de la burocracia dice Lacan. O por ejemplo, en el discurso del amo actual, que es el psuedo discurso capitalista, el cual tiene que ver con que todo tiene un precio y bajo el cual todos tenemos que aspirar a gozar más y más. Evidentemente este discurso genera un lazo social pobre y precario. Los discursos son lo que hace los lazos sociales, no dicen lo que esta bien o lo que esta mal sino que pautan que es lo fálico, lo que tiene valor, sobre lo que se tiene que opinar bien o mal. Por ejemplo en Sudáfrica después del Apartheid lo que se han encontrado es una brutal guerra entre tribus. Es la vuelta del discurso. El retorno de lo reprimido. No se trata del blanco o el negro. Se trata de la diferencia con el otro y ese discurso sigue siendo extremadamente potente en esa cultura.
Bien; en las psicosis los discursos son parafraseando a Woody Allen, “como todo lo demás”. Hay una cierta perplejidad cuando no ironía ante esto de los discursos. Si tenemos en cuenta que los discursos son lo que genera el lazo social se podría argumentar, en contra de la supuesta dificultad de la psicosis para con los discursos, que han exisitido en la historia grandes paranoicos que han hecho un gran vinculo social; han liderado revoluciones, sectas y suicidios en masa. Y es cierto pero han liderado. Nunca han sido gregarios, siempre han sido amos cargados de certezas lo cual ha atraído a innumerables neuróticos prestos a seguir a un amo que sabe de verdad, pero no ha sido lazo social, no ha sido dialéctica, ha sido palabra impuesta (en los dos sentidos). Dice Maleval: “en las psicosis en ocasiones no se puede entrar al intercambio dialéctico debido al obstáculo que suponen las certezas autoreferenciales. A falta de haber podido localizar su ser de goce en la falta del Otro, revelan no ser capaces de instaurar el vínculo social auténtico en que consiste un discurso”. Vamos a intentar explicarlo de nuevo. Hay algo en la psicosis del nombre propio. En el desarrollo humano hay siempre la aprehensión de un significante primario. Después de este va otro. A partir de este binario se pueden dar todas las significaciones que uno quiera añadiendo elementos significantes. Un significante es sólo algo que remite a otro significante. Este primer rasgo unario está fuera de sentido. Adquiere su sentido en contraposición con el siguiente. Cuando esto no se da y s1 y s2 van solidarios, holofraseados, tenemos las certezas, los neologismos y el fuera de discurso, hechos estos que, en la clínica del paranoico, se refrendan con un hablar que continuamente remite a la defensa de su nombre propio y al valor del nombre propio como algo que remite a si mismo. Eso es lo que el clínico nota y no se puede definir. La sensación de que el fantasma del clínico (no quiero decir que el clínico sea un fantasma que también lo puede ser) no encuentra acomodo en el discurso del otro. El Otro no le devuelve su propio mensaje invertido. Pregunta y respuestas que a veces huelen a nombre propio. Palabras que se refieren a si mismas.
Para terminar les voy a contar una viñeta clínica más dedicada a dejarles con un buen sabor de boca tras la espesura de esto que les he contado. Es una historia que no tiene que ver tanto con la esencia de las psicosis sino con la esencia del lenguaje para los neuróticos que no es otra cosa que el chiste. Hace años acudió de urgencias un individuo muy nervioso y desesperado por su medicación. Tomaba desde hace años una combinación de neurolépticos y ansiolíticos y ese día se le habían acabado. Había pasado el fin de semana en Vigo y postergado su estancia involuntariamente un día más. Era de noche y en las farmacias no le daban la medicación. Le dije que no se preocupase que intentaría procurarle el tratamiento rápidamente pero que quería que me contase un poco sobre él y sobre por qué tomaba ese tratamiento. Me dijo que si pero tenia prisa que tenia que irse. Me añadió: yo sufro de manías persecutorias, aquí hay gente que me quiere hacer mal, yo soy de Noia y tengo que irme ya para noia. Manías persecutorias y para Noia me voy. Ha sido la única vez que me ha resultado contener la risa en una consulta.
Vigo 24 de Mayo 2010
Bibliografía:
Lacan J., Escritos, Siglo XXI Aregentina, Buenos Aires 2003, 2 vols.
Lacan J., Seminario 3, Las Psicosis, 1955-1956, Paidós, Barcelona-Buenos aires-México 1984.
Maleval J.C, La Forclusión del Nombre del Padre, El concepto y su clínica, Paidós, Campo Freudiano 12; barcelona-Buenos Aires-México 2002.
Álvarez J.M, Estudios sobre la psicosis, Colección AGSM, La Otra Psiquiatría,, 2006