lunes, 11 de octubre de 2010

El esquizofreno de mano 3 (y fin de la trilógica)

         Lo que todos estaban de acuerdo es que Richard era un niño muy bueno. No pedía, no exigía, no demandaba y cuando lloraba lo hacía sin ganas, como en un ademán que no parecía personal. Tanto que la abuela le llamaba madelman. Una especie de títere con cabeza, porque Richard era muy listo y sólo pensar en enredarse con lo humano y tal le producía una cierta pereza igual al viaje que tuvo que hacer una vez a Benalmadelman. Una ciudad costera, ribereña y hortera que permitía a Richard pasearse por el litoral y por lo literal. Expresaba allí sus opiniones en voz alta para que el ruido de las olas tapase la parte de sus opiniones en las que no podía reconocerse y que acudían a su mente para abastecerse de ripios, calambures y otros fuegos de artificio con los que Richard calmaba ese maldito ronroneo de palabras todavía sin intención clara.
      
         Y es que Richard era un niño muy bueno. Pero, ojo,  no sólo las palabras se agolpaban en su cerebro.

        Richard también  escuchaba el crujido  de sus articulaciones, de sus crepitantes mayores y menores, el sonido sordo del paso del sistema venoso fino al gordo, el goteo de la vesícula biliar desde el intestino al paladar y, por que no, escuchaba a veces la música conectiva-intersticial que precede a cualquier placer carnal. Y es que Richard tenía un cuerpo en porciones que el dividía según el momento. Estaba siempre entonces ensimismado intentado recomponer un sistema propiceptivo que sea de recibo para alguien tan sensible al desatino entre lo humano y lo divino. Y no era fácil. Pero es que Richard era un niño muy bueno.

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